Arte/Nueva Zelanda
Por Natalia Tellechea
El último viernes de julio quise concretar todos los ‘to do’ que me había agendado para mi visita a Buenos Aires. Por supuesto los planes siempre sobrepasan la realidad y después de un almuerzo en familia y una larga charla de café con madre y hermana solo me quedaban unas pocas horas de mi último día en Buenos Aires. La lista indicaba visitar a Yayoi Kusama en el Malba, paso por el nuevo MACBA y Fundación PROA. “¿A donde van?” Dijo el taxista, “al Malba”. Decisión que iba a lamentar en el mismo momento en que una larga cola se hacía ver desde la entrada del museo hasta la esquina de Jerónimo Salguero. Una hora más tarde solo habíamos alcanzado las escaleras del Malba; Yayoi y su Obsesión Infinita se convertían en un proyecto para algún otro momento en algún otro lugar del mundo.
De vuelta ya en Auckland y revisando las cosas que no pude concretar en Buenos Aires; Yayoi y mi fallido intento de empaparme un poco de arte argentino me dejaron una cierta sensación amarga. Lo que hizo preguntarme por qué Yayoi pesó más en mi agenda que el MACBA y PROA. ¿Qué fue lo que hizo que yo decidiera sumarme a la euforia de los lunares? La espera en la cola y la imposibilidad de no poder ser parte me hicieron repensar mi relación con el arte.
Es inevitable no pensar cínicamente en la espectacularidad de la muestra que el Malba tan eficientemente puso en escena. Reportan varios diarios que el día de la inauguración unas 5.000 personas sintieron la imperiosa necesidad de decir presente. El Malba dejó sus puertas abiertas hasta la una de la madrugada. Los números de visitantes no se calmaron, calculan que hasta aquel viernes -que no pude entrar- unas 50.000 personas pasaron por la muestra. Los lunares de Yayoi pululan no sólo los árboles de la Figueroa Alcorta sino también las caras de niñxs y grandes en vacaciones de invierno y la world wide web. Programas, charlas, actividades y campaña publicitaria de por medio obsession infinita se transformaba en obsession porteña. En Nueva Zelanda hay una forma de llamar esa obsession: FOMO (fear of missing out/miedo a quedarse afuera). Miedo que tal vez podría traducirse también como cholulismo, o el “yo estuve ahi”. Comportamiento que se refleja en las miles de fotos subidas al Instagram y Facebook del museo, donde miles de seres cibernéticos pudieron dejar un: presente. Los lunares de Yayoi están por todos lados y estar con los lunares es ser parte de la trend.
Pero reniego de análisis reduccionistas, de comportamientos pavlovianos. Me niego a llamar al arte producto de consumo, me niego a en vez de ver personas ver consumidores alienados, absorbidos por una urgencia ajena. Este tipo de respuesta sería muy fácil. Aunque creo que la figura del artista estrella y comparaciones del tipo ‘la Lady Gaga del arte’ contribuyen a la idea del ‘fan’, voy a conceder que la trayectoria de Kusama, su arte y el lugar que ocupa en la escena mundial, son un factor a tener en cuenta a la hora de hacer cola para entrar a ver Obsesión Infinita. Sin embargo quisiera considerar la mera experiencia de ir a ver una muestra, de hacer cola y sacarnos fotos para twittear como parte de la obra de arte. Una suerte de performance involuntaria del artista y los espectadores.
El arte participativo tiene varias interpretaciones, críticos y seguidores. A grandes líneas podría decirse que lo que caracteriza al arte participativo es una suerte de interacción entre el artista y la audiencia, es de este interactuar que surge la obra de arte. Si bien en el caso de Kusama en el Malba la retrospectiva estaba geográficamente contenida dentro de las paredes del museo de la Fundación Constantini, la convocatoria de la artista generó una especie de parásita y autónoma obra de arte. Visualmente la cola que se mantenía latente durante las horas en que el museo operaba se manifestaba como una especie de instalación pública con vida propia. Durante el tiempo que estuve en la cola fue interesante ver como la línea que dibujaba de la entrada del museo hasta la esquina de Jerónimo Salguero se reproducía de manera tal que mantenía su forma original. La cola se convertía en una intervención del paisaje urbano. Una línea tan real como las que el artista Richard Long creaba caminando en variados espacios geográficos al igual que Francia Alys. Sospechosamente podría preguntar: ¿fue ésta también una estrategia del Malba? ¿Parte de las instrucciones de la artista?
Pero hay otro aspecto de este esperar en línea que también genera otra forma de intervención artística y es el de la posibilidad de socialización, de la de interactuar, la de generar un espacio de reflexión y socialización. Desde mi lugar de la cola pude escuchar a la chica de atrás tímidamente confesarle a una señora que descreída necesitaba confirmar si esa era la cola para Kusama, decir; “la verdad es que no sé muy bien por qué estoy acá, vine a ver una muestra con mis amigos y los estoy esperando, me dijeron que me sumara a la cola”, la señora sin desmerecer a quien no sabe comienza a contarle su versión de Yayoi y los lunares. Adelante dos turistas brasileñas hablando portugués son descubiertas por una ex-compatriota vuelta porteña ahora que se encontraba precisamente delante de ellas. Comparten historias de viajes, de vida y sus comunes intereses por Kusama. Un poco más adelante, los que ya están felizmente cerca de las puertas del museo unen sus voces para darle vida a la obra de Sergio Avello, “Volumen”. Felices ex-coleros que salen del museo con lunares de colores en sus caras alientan a los que todavía estamos esperando. Interacciones de este tipo habrán proliferado en los varios días que la muestra ha cumplido. Nuevas relaciones, saberes, opiniones, cigarrillos, caramelos compartidos en las puertas del Malba. Socialización y participación que genera una artista que está obsesionada con los lunares.
Ya hace varios años Foucault se quejaba de que el arte se había convertido en tema de objetos y se preguntaba por qué la vida misma no podria ser arte. Entonces uno podría decir que tal vez la cola del colectivo y la del banco son obras de arte, existe el potencial de que sí lo sean. Parafraseando a Claire Bishop, eterna cuestionadora de las formas participatorias que el arte puede tomar, habla del arte participatorio como una práctica de la incertidumbre, de la experimentación, al igual de incierta que la democracia: es necesario que se practiquen y, en su ser practicado, ir aprendiendo. La participación en la muestra de Kusama de hasta ahora estas 50.000 personas es un indicador de nuestra relación con el arte: espectáculo o participación, es necesario que estos eventos ocurran para que, mientras esperamos, podamos repensarnos como parte de un mundo donde el arte puede estar precisamente en una simple espera.
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